La palabra don se deriva del latín donum, y se define como la capacidad extraordinaria o especial para hacer algo. De esta forma, alguien que tiene un don posee una habilidad intelectual, física o creativa superior al promedio, en lo que puede ser considerado como un sinónimo del talento.
Se distingue de la habilidad porque esta se adquiere o aprende mediante la práctica constante, mientras que un don suele ser considerado como algo con lo que se nace, aunque existen muchas opiniones y teorías al respecto.
En la literatura religiosa, un don es una especie de regalo que otorga el Espíritu Santo a los creyentes de la fé.
Por ejemplo, en la dóctrina católica romana una persona recibe siete dones, llamados dones de santificación, en el momento del bautizo, mientras que en los textos bíblicos se habla también de como a ciertas personas se les otorgan dones específicos, que también son llamados carismas.
En lenguaje formal y protocolar, la palabra Don (con mayúscula inicial) se pone antes de los nombres de ciertas personas para indicar importancia, respeto y distinción. Así, en las antiguas colonias de España, se les decía Don o Doña a los nobles para distinguirlos de los plebeyos. Se podía considerar como una contracción de distinguido, por lo que, por ejemplo, al distinguido Pedro Benítez se le decía simplemente Don Pedro Benítez.
La palabra Don no representaba un título de nobleza, sino simplemente una distinción de respeto. En la actualidad, mientras que en España el uso de Don ahora ya es poco común, en América Latina se sigue usando para referirse a personas de edad avanzada o con una trayectoria respetable.
De forma irónica, ahora también se usa cuando se habla de una persona sin importancia, como en la frase “Es un Don nadie” o “Nadie le hace caso a esa Doña“.