La dermis es una de las tres capas principales que conforman la piel, siendo la segunda su ubicación, entre la epidermis y la hipodermis.
Está formada por una capa superficial o papilar, que tiene fibras elásticas, musculares, conjuntivas, células adiposas etc., y una capa reticular o profunda en la que se localizan las glándulas sudoríparas, sebáceas, y folículos pilosos. Los corpúsculos táctiles están en las proyecciones cónicas de la primera capa.
Las funciones principales de la dermis es unirse al tejido conjuntivo, contener vasos sanguíneos, nerviosos y músculos pequeños, sobre todo en las glándulas sebáceas. También actúa como la epidermis, en defensa contra diversos traumatismos. Su grosos, a razón de 30 veces mayor que la epidermis, sin dudas desempeña una función protectora muy importante.
La dermis funciona como una reserva de agua, reteniéndola como si fuera una esponja para luego transmitirle dicha agua a la epidermis, junto a otros nutrientes que pueda necesitar. Si esto no sucede, la piel comienza a mostrar en su superficie, no solamente síntomas de sequedad o palidez, sino que también pueden aparecer arrugas más pronunciadas o manchas. Si la piel llega a estar excesivamente deshidratada, puede provocar una reacción contraria a modo compensatorio de secreción sebácea, facilitando la aparición inclusive de acné.
Para mantener una piel sana, es importante tener los niveles de concentración hídrica óptimos. Esto se debe a que la presencia de agua, tanto en la dermis como en la epidermis, favorecen a la regeneración cutánea, o sea, contribuye a renovar la piel. Es por ello que la ingesta de agua durante todo el día es muy recomendable para evitar la sequedad o la irritabilidad de la piel.