El concepto de alma proviene del latín “anima” que significa aire y refiere a un principio espiritual que informa el cuerpo humano y con él constituye la esencia humana. Está compuesta por la parte moral y emocional del hombre. Muchos pueblos primitivos entienden todo lo que se mueve como habitado por un alma, como esencia misma del hombre, concebida generalmente como algo que existe antes de nacer y que sigue con vida después de la muerte.
La filosofía griega antigua ha tenido dos interpretaciones referidas a este tema. La primera cree que el cuerpo y el alma son entes separados y heterogéneos en profundo conflicto. Sostuvieron esta teoría los filósofos pitagóricos herederos del orfismo. Su representante más conocido es Platón quien postula que el alma es un ser celestial, anterior e inmortal al cuerpo cuyo lugar propio, aunque haya caído circunstancialmente a la tierra, es el mundo de las Ideas. El cuerpo para él sería “la tumba del alma”, es decir, una estructura terrenal y opresiva donde la mantiene cerrada e incomunicada con su verdadero origen.
La segunda interpretación deviene de la concepción aristotélica que define al alma como forma del cuerpo, o sea, lo que le da vida y lo hace funcionar como cuerpo. Para Aristóteles, el alma y el cuerpo son conceptos que no se pueden explicar por separado. Ambas teorías serán referentes importantes para la religión cristiana y luego reformuladas durante el Renacimiento por autores neoplatónicos y neoaristotélicos que cuestionarán básicamente los conceptos de inmaterialidad e inmortalidad del alma.
En el siglo XVII comienza una nueva etapa filosófica con la aparición de René Descartes, quien postulará que lo que llamamos “cuerpo” y lo que llamamos “alma” refieren a dos sustancias finitas que se definen por atributos radicalmente heterogéneos: por un lado la extensión, por el otro el pensamiento. El alma para él tiene su sede principal en una pequeña glándula que está en el centro del cerebro (glándula pineal) y se encuentra suspendida entre sus cavidades que puede ser movida por los hombres. Dicha teoría recibió muchas burlas y otros pensadores comenzaron a dar nuevas respuestas.
En el siglo XIX la clásica discusión cuerpo-alma cambia de enfoque: el problema de la inmortalidad del alma abandona la escena y queda limitado casi definitivamente a la Fe. El cuerpo comienza a ser observado como algo más que un soporte orgánico. Schopenhauer, Nietzsche y Freud hicieron inviable la identidad cartesiana entre alma y conciencia al mostrar que en nuestros pensamientos intervienen motivaciones, impulsos y fuerzas que desconocemos por completo.